Espacios libres de comunicación
No sé si os habéis dado cuenta, pero este mundo loco en el que vivimos ha hecho que la conexión sea algo sin esfuerzo, especialmente de forma instantánea. De pronto nos hemos vuelto fácilmente accesibles. Estamos , y tenemos a todo el mundo a una llamada, un mensaje o un correo de distancia. Aunque en general esto traiga muchas ventajas, también viene con una obligación sobrevenida: la presión de estar siempre disponible, por responder siempre.
Especialmente para algunas personas, hay un sentido de derecho a la comunicación constante... hemos llegado al punto en el que incluso cuando no puedes hablar, se espera que lo digas porque si no lo haces, puede implicar un rechazo implícito.
En mi opinión, no todas las relaciones necesitan el goteo constante de actualizaciones, la narración minuto a minuto de cada hora que pasa. Algunas prosperan con eso. De hecho, con una de mis mejores amigas tengo conversaciones que empiezan en un día y continúan la siguiente… nos compartimos cosas cuando las vivimos y nos acordamos la una de la otra, pero no esperamos respuesta inmediatamente, sino cuando se pueda, o se quiera. Me asfixio cuando veo a mi madre, por ejemplo, presente en varios chats grupales en los que sienten la necesidad de estar continuamente diciéndose “Buenos días”, “Buenas Noches” y una larga retahíla de cosas entre medias. He aprendido a amar mi independencia y a respetar la de los demás, a valorar el silencio entre mensajes, el espacio para existir sin tener que explicarnos.
De hecho, escribiendo estas líneas, me pregunto a cuántas personas he echado de menos sin decírselo. Si algunas veces no es suficiente con simplemente tener a alguien en la mente, con dejar que el echar de menos sea algo interno, silencioso y privado. Otras pienso en lo imprevisible que es la vida, y que es necesario decir a las personas cuánto las echamos de menos, o que nos hemos acordado de ellas por tal o cual cosa. Supongo que, como en todo, en el término medio está la virtud, en encontrar ese espacio intermedio en que ambas personas estén cómodas. Algunas veces da la sensación de que no entendemos que las relaciones están destinadas a enriquecer nuestras vidas, no a consumirlas.
Porque sí, vivimos en una epidemia de comunicación constante. El amor (sea romántico, familiar o de amistad), que antes se medía por la presencia y la comprensión, ahora se cuantifica por los tiempos de respuesta y la frecuencia de los mensajes. Yo aborrezco esta teoría, y me niego en rotundo a alimentarla. En general (y salvo por una honrosa excepción con la que lo hago encantada, que para eso es mi madre), escribo a “mi tribu” cuando me acuerdo de ella, pero no espero que me contesten instantáneamente. Si tengo una emergencia, llamo. Les dejo su espacio, porque yo también necesito el mío, y trato de encontrar ese equilibrio conversacional en el que ambas partes nos sintamos cómodas y respetadas.
Porque aunque la comunicación nos haya hecho instantáneamente accesibles, no significa que debamos serlo siempre.
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