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Mostrando entradas de agosto, 2008

Empedrados. Piedras...

Mis pasos sobre el empedrado, atravesando el patio del Monasterio, son firmes. De un lado, mi tía. Del otro, mi abuela. Levanto la vista para encontrarme con las paredes estilizadas de la entrada al patio interior que da a la Basílica del Escorial. Hace años que no pisaba esas piedras… tantos, que la última vez fue cuando traje a Camilla, mi francesa de intercambio, allá por 2º o 3º de BUP. Al pasar el umbral del patio interior la temperatura baja. El sol nos espía detrás de los altos muros del patio, tras los que se esconde, tímido. Piedras herrerianas pulidas y sobrias nos rodean. De pronto me transporto a tiempos del Capitán Alatriste (la imaginación siempre juega con las fechas), y parezco escuchar el eco de unos pasos sobre el granito que no son los míos… el fru fru de pesadas telas imperiales. Un viento frío sopla y enrolla mi falda en mis piernas, devolviéndome al presente. La entrada al Monasterio no es como la esperaba. Después de tantos años me decepciona algo. Quizás sea la

Detesto las despedidas...

Hoy, sola, de pie en la terraza frente al mar, siento una pena infinita que me atrapa. Como siempre antes de un viaje de vuelta de cualquier sitio, se instala en la boca de mi estómago como un monstruo luchando por escapar. Detesto las despedidas. Nunca me han gustado. Nunca acabo de acostumbrarme tampoco. Luego, tan pronto como me instalo en el coche, el tren, el avión, la pena se pasa. La emoción por el nuevo destino, aunque sea conocido o de vuelta a casa, puede más que la pena, y la sumerge bajo la electricidad que da la incertidumbre del nuevo viaje. Detesto las despedidas… pero adoro viajar. .

Columpios...

Imagen
Son las 4 de la mañana cuando atisbo entre las sombras el columpio. Su figura me atrae sin remedio, animada por la maravillosa sensación de vacío que da esa copa de más. Cobijada por la noche oscura, mis pies se elevan. Mi pelo se mece con el vaivén y la brisa. Siento que puedo tocar el cielo. Sonrío, cómplice. Mis batidas despiertan recuerdos que parecen lejanos sin serlo: imágenes de una noche pekinesa que bailan frente a mis ojos. Siento de nuevo cómo me empujas. Libertad procedente de la levedad del espíritu alcoholizado. El ir. El venir. De nuevo empujas mi asiento. Un flash, una idea loca. Tomo aire… y salto a medio vuelo. Risas. De pronto la fantasía se acaba. Ya no estoy en la terraza de madera de aquel bar de Pekín de madrugada. Estoy aquí de pie, una noche cualquiera de agosto en Marbella. Noche de eclipse lunar. De nuevo, una sonrisa cómplice. También nostalgia. ¿Dónde estarás hoy mi cazador de sueños, mi pintor de batallas? .

A la orilla de un buen libro...

Compro un libro por impulso en el mercadillo de los sábados. Desde que volví de China, se me antoja difícil comprar en estas aglomeraciones de puestos de los que antes disfrutaba tanto. Saber como sé que no podré divertirme regateando y conseguir un buen precio me tiran para atrás. Pero el puesto de libros en la lengua de Shakespeare de pronto llama mi atención, y acabo picando. Un vicio como el que yo tengo con la lectura no es barato, mucho menos en lengua extranjera, y detesto tener que esperar a que lleguen mis pedidos de Amazon. Yo soy de las que me gusta tener las cosas que compro, y tenerlas ya. Un par de horas más tarde estoy sentada a la orilla del mar leyendo las ajadas páginas de mi impulsiva compra. Ojeando sus amarillentas hojas me pregunto qué historias más allá de sus frases habrá vivido este manuscrito. Es de segunda mano, y sus blandas y aviejadas páginas sufren un nuevo ataque en forma de saladas salpicaduras provocadas por un niño corredor. Me atrapan sus dos prim

Mamma Mia!!

Ayer fui con la Andaluza al cine a ver la de Mamma Mia, por aquello de que había escuchado excelentes críticas, y peligraba estrepitosamente el ir a verla por las fechas. Teniendo en cuenta que ABBA me da muy mal rollito (sus sonidos no son precisamente cántico angelical para mí, sino más bien todo lo contrario), sorprendente fue lo que me gustó la película. Quizás sea porque es entretenida, divertida y original. Quizás porque la Señora Streep está más que estupenda, así como el Señor Brosnan, con quien el tiempo parece hacer milagros (¿será que ha hecho un pacto con el diablo para envejecer como algunos vinos, a mejor? o porque es una película sin aparentes pretensiones que pretende, ni más ni menos, eso mismo: entretener. Sea como fuere, salí encantada del cine. Mi recomendación más especial pasa porque si vais, esperéis hasta el final final de la película, cuando, justo antes de los créditos y durante ellos, la plana mayor del reparto se viste al más puro estilo ABBA (con lycras, pl