#ChezAgnesWritings: el cielo estrellado




Volvía descalza, con las alpargatas en la mano (hace tiempo que me bajé de los tacones) en la mano y la risa de las bromas en el autobús aún temblando en los labios; la ligereza que da una copa de más, y el calor en las mejillas.  La fiesta había sido un torbellino de luces, música y voces entrelazadas, pero ahora todo era silencio. Solo el murmullo del mar, como un susurro, me acompañaba mientras caminaba por las callejuelas camino al hotel.

Entré en mi habitación aún con la alegría de la fiesta sobrevolándome en la cabeza, y me encaminé a la terraza para abrir la puerta y dejar pasar el fresco de la noche y el murmullo del mar para que me ayudara a dormir. No lo vi venir. Fue al alzar la vista, buscando simplemente la brisa de aire fresco, que el cielo me atrapó... quedé como hipnotizada, y no pude evitar adentrarme por completo en la terraza, dejando toda ilusión de meterme en la cama derecha atrás.

Era un cielo de primavera, pero no uno cualquiera. Era un cielo que parecía recién estrenado, como si la noche hubiera decidido vestirse de gala solo para mí. Me vais a llamar cursi por describirlo así, pero es lo que hay. Soy urbanita por naturaleza, y por mucho que adore vivir en la city, lo cierto es que una de las pocas cosas que Madrid capital no me ofrece es la de poder disfrutar de un cielo estrellado... las luces de Madrid eclipsan hasta las estrellas más luminosas, y no somos muy de mirar para arriba. Por eso aquella noche no pude evitar quedarme ensimismada mirando al cielo.

Pero el espectáculo bien lo merecía: cientos de pequeños puntos parpadeando en el cielo... ni la luna les restaba protagonismo. Era como si alguien hubiera volcado un frasco de purpurina sobre la bóveda celeste. Algunas eran más pequeñas, apenas un punto; otras más notables y brillantes, y entre ellas, algunas de las constelaciones más conocidas como la Osa Mayor... Se veían perfectamente al contraste del negro del cielo.

Me quedé quieta. No tardé en acabar tirada un buen rato sobre una de las tumbonas disfrutando del espectáculo... creo que me dieron pasadas las 5. El mar susurraba de cerca como música de fondo, y el aire olía a sal y a promesas. No había nadie más. Solo yo, el cielo, y ese instante suspendido en el tiempo.

Una brisa suave me acarició el rostro, como si el universo quisiera asegurarse de que estaba despierta. Y lo estaba. Más que nunca. Me sorprendí del éxito que tuve fotografiando aquella belleza, aunque la fotografía no le haga justicia al espectáculo. Pero de alguna forma, pude capturar el momento, para transportarme a él cuando necesite de un rato de calma. Porque en ese momento, bajo ese cielo estrellado junto al mar, entendí que hay bellezas que no necesitan explicación. Que hay silencios que hablan más que mil palabras. Y que a veces, lo más extraordinario ocurre cuando simplemente te detienes… y miras. 




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