Belissima Roma...


Así que… ROMA

Roma fue todo lo que esperaba de ella: romántica, encantadora, íntima, histórica y… Tan italiana… lo único, reconozco que me duelen músculos de los pies que no sabía que existían, y es que, el empedrado del suelo de esta fantástica ciudad es infernal, sobre todo si acabas recorriéndotela de cabo a rabo a patita. Fue la cura ideal para mi desengaño laboral del viernes (lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible)

El sábado, que amaneció temprano (4AM), nos hizo un día fabuloso. Aprovechamos para caminar por los alrededores del Coliseo, y por toda la zona que lo rodea, aunque sin entrar, porque llegamos un poco justos de hora. (La zona del Coliseo y el Foro cierran a las 16:30). Aún así… fue fantástico. Con el cielo sin nubes y esa magnífica estampa… fue fenomenal. Sin duda me impresionó bastante, aunque lo imaginara más grande. Visitamos también aquel día, el Pantheon, que aparece de sorpresa entre calles abarrotadas y estrechas. Callejeando, de pronto, ahí está, grande, redondo e imponente. Su cúpula, para los que lo desconozcáis, tiene un agujero en la cúspide, así que sí… se moja como el patio de mi casa. Tiene un sistema de inclinación en el suelo, que evita que se inunde, pero no por ello deja de ser menos curioso. La noche (a las 17:30), nos encontró en la Piazza Novonna, donde se erige la Iglesia de Santa Inés (a quien visité, por eso de ser mi tocaya), y una fantástica fuente en honor a los 4 grandes ríos. Lo único malo del día, fue el mega empacho que me pillé… a las 6 no podía con mi alma del malestar. Y es que… la pasta a la Amatriciana, después de meses sin comer hidratos me sentó como un tiro. Una tónica y 8 horitas de sueño, eso sí, fueron sufucientes para mi absoluta recuperación.

El Domingo hubo levantamiento temprano, que por ser último domingo de mes, los Museos vaticanos eran gratuitos. El problema fue la enorme cola que había, y que mis acompañantes pasaban de hacer. Después de todo, no era hasta el lunes que se esperaba lluvia, y preferíamos estar resguardados para entonces. Vimos el vaticano aprovechando que el Tíber pasa por Roma (que IMPRESIONANTE es la Basílica de San Pedro, y qué agotador subir a su cúpula (aunque merezca la pena). De ahí, caminando que es gerundio, de nuevo hacia el Coliseo, el palatino y los Foros… una paliza de padre muy señor mío. Yo, sinceramente, el Foro me lo hubiera ahorrado, más que nada porque hay diferentes sitios desde donde poder verlo en el alta, que es mucho mejor. En cualquier caos y para los que disfrutéis de más tiempo que yo, mejor pillar un guía que te explique las ruinas. Pegarse a un grupo que lo haya contratado puede resultar interesante… hasta que te pillan.

Después del palizón, necesidad extrema de avituallamiento… así que dimos con nuestros huesines en un café, donde pedimos Capuccino y yo – ingenua de mí – un par de bolitas de helado de frutos rojos, que resultaron se runa montaña tremenda de gelatti, nata, y frutas a mansalva. Para cuando logramos llegar a un sitio donde Cenar (una pizza riquisísima, a la vuelta de la esquina del hotel), yo lo único que quería era pillar asiento… me dolían tanto los pies que tuve que poner toda mi concentración a la vuelta para llegar al hotel sin derramar una lágrima del dolor de pies.

El domingo, que amaneció frío y nublado, nos armamos de valor para ir a los Museos Vaticanos que, por no ser domingo ni final de mes, nos costaros 12 euritos de nada. Eso sí, bien pagados… porque si uno quiere, tiene museos para 2 días enteros. ¿Lo más impresionante? La sala de los Mapas, sin duda alguna… metros y metros de frescos cartográficos y un techo de impresión. Me gustaría saber qué se sentiría al caminar por ellos, recién pintados, si ya impresionan siglos después. La Capilla Sixtina, preciosa. Masificada y oscura (lo que es una pena) pero preciosa. Haciendo gala de mi gallardía española particular, incluso tiré un par de fotos, a pesar de las advertencias de los guardias que, como aspersores humanos, no les importaba mandar callar y no fotografiar a todo bicho viviente.

De los Museos Vaticanos, quisimos, bueno, quisieron… caminar hacia el Trastevere. Por excursionar, y haciendo caso omiso de mis advertencias, acabamos perdidos tras una cuesta arriba de 45 minutos, lo que me cabreó de manera sobre humana. Al parecer, mis malos humos hicieron su efecto, porque conseguí que nos pilláramos un taxi hacia el Trastevere, que evitó un mayor cabreo sideral. La lluvia nos sorprendió y ¡de qué manera! Comprando adornos navideños en la Piazza Novonna… donde una enorme y descomunal masa ingente de agua en forma de lluvia, hizo que recogiéramos la herramienta antes de lo pensado al hotel, y de ahí al aeropuerto, y a casa.

En conclusión: Roma es un lugar (otro más del mundo) al que recomiendo ir, pues no vamos a tener trabas de ningún tipo. Sobre todo lingüísticas que son las que a la mayoría echan para atrás.
No sólo uno puede deleitarse de la maravilla de ciudad que es Roma, sino que tenemos también El Vaticano que es un mundo aparte.
Así que, ya sabéis, a darse una vueltecita por la Roma de Rómulo y Remo, de Julio Cesar y de otros muchos, que seguro que os va a encantar.

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