Librito rojo...
En la hora previa al cine del domingo, una nueva visita a la Casa del Libro… una idea metida en la cabeza, un libro en la lista. Las cosas claras. Rápida en búsqueda de mi objetivo me dirijo a la sección de moda en modo búsqueda y captura. Y lo cojo, y lo hojeo. Y de pronto, entre los cantos, perdido en la estantería, un reflejo rojo que me llama la atención. ¿Será casualidad? ¿Instinto? No lo sé… lo cierto es que cojo el manuscrito entre los dedos, y algo que se me dispara por dentro…
El libro en cuestión se titula “El Libro rojo del estilo” y promete en su reverso 1.000 claves y consejos que tengo que saber… menciona a todos esos grandes con los que sueño trabajar algún día, y vestir, qué duda cabe… y se siembra la duda. Tenía otra idea en la cabeza, e intento autoconvencerme de que eso es lo que quiero. Pero no es así, y me vuelvo y cojo el manuscrito rojo. Y lo pago.
Llevo apenas un capítulo y sé que no me he equivocado. No porque me confirme esa idea vagabunda de que por fin me esté encontrando… que también, sino porque promete. Promete lo que esperaba, y no se queda en dibujos y consejos fáciles que inundan cualquier revista. Promete porque es como si estuviera manteniendo una conversación con la autora, que se nota que sabe, y conoce. Y yo que pienso… qué bien, ¿no?
El libro en cuestión se titula “El Libro rojo del estilo” y promete en su reverso 1.000 claves y consejos que tengo que saber… menciona a todos esos grandes con los que sueño trabajar algún día, y vestir, qué duda cabe… y se siembra la duda. Tenía otra idea en la cabeza, e intento autoconvencerme de que eso es lo que quiero. Pero no es así, y me vuelvo y cojo el manuscrito rojo. Y lo pago.
Llevo apenas un capítulo y sé que no me he equivocado. No porque me confirme esa idea vagabunda de que por fin me esté encontrando… que también, sino porque promete. Promete lo que esperaba, y no se queda en dibujos y consejos fáciles que inundan cualquier revista. Promete porque es como si estuviera manteniendo una conversación con la autora, que se nota que sabe, y conoce. Y yo que pienso… qué bien, ¿no?
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