Frío, frío… ¿por qué no te has ido?
Decir que me ha costado levantarme hoy sería un huge understatement, máxime teniendo en cuenta que por culpa de no haberme dejado la calefacción encendida durante nuestra ausencia vacacional, mi casa estaba helada, mi cuarto hecho un cubito de hielo, y yo no he conseguido entrar en calor en toda la noche. Ni siquiera hecha un ovillo y procurando no mover ni in mísero dedo de la posición en la que me encontraba en toda la noche. Así que cuando ha sonado el despertador, la sola perspectiva de ponerme en marcha y sacar un dedo de mi fría cama para adentrarlo en el helado ambiente se me antojaba obscena por definición. Pero tampoco me quedaba otra, así que…
Encima esta mañana nos han desalojado del metro en Concha Espina, a una parada de mi intercambio. Las bellas casualidades de la vida, y el caprichoso Murphy, ya se sabe. Una desconocida incidencia en la línea ha provocado que nos hicieran salir del vagón. No voy a quejarme, no mucho al menos, porque hace no demasiado tiempo juré sobre una viga del metro de Nueva York que jamás volvería a protestar enérgicamente sobre el metro madrileño. Pero ganas había… y muchas, sobre todo cuando han anunciado un retraso estimado de15 minutos. Pero el caso es que al final, no ha existido tal retraso. Yo que ya estaba boli y cutre-papel en mano con mucho arte y poca vergüenza apoyada sobre el vagón ya vacío, narrando este post (lo que ha despertado algunas miradas incrédulas), me he quedado con un palmo de narices al ver que el tren no sólo se movía, sino que 3 minutos después, siguiendo el normal curso de cualquier mañana de diario, ha aparecido el siguiente convoy como si tal cosa. Y todos para arriba, y todos en marcha camino hacia nuestro destino. Una cosa la mar de curiosa.
De camino al trabajo, ya fuera del subterráneo, un frío que te pasas. Menos mal que esta mañana, tras la noche toledana que he pasado, he tenido la más que brillante idea de coger mi gorrito de lana, y unos guantes. Que alguien me cuente, por favor, a dónde diablos se marchó la primavera, porque desde luego, no hay ni rastro de ella. Quizás lo de “ya es primavera en El Corte Inglés” no sea únicamente un vil reclamo publicitario, sino un secuestro en toda regla, y anden sus directivos relamiéndose de contentos ante la perspectiva de cobrarse el rescate a base de compras de nosotros, pobres ilusos, que soñamos con el sol y con tirar los abrigos.
Encima esta mañana nos han desalojado del metro en Concha Espina, a una parada de mi intercambio. Las bellas casualidades de la vida, y el caprichoso Murphy, ya se sabe. Una desconocida incidencia en la línea ha provocado que nos hicieran salir del vagón. No voy a quejarme, no mucho al menos, porque hace no demasiado tiempo juré sobre una viga del metro de Nueva York que jamás volvería a protestar enérgicamente sobre el metro madrileño. Pero ganas había… y muchas, sobre todo cuando han anunciado un retraso estimado de15 minutos. Pero el caso es que al final, no ha existido tal retraso. Yo que ya estaba boli y cutre-papel en mano con mucho arte y poca vergüenza apoyada sobre el vagón ya vacío, narrando este post (lo que ha despertado algunas miradas incrédulas), me he quedado con un palmo de narices al ver que el tren no sólo se movía, sino que 3 minutos después, siguiendo el normal curso de cualquier mañana de diario, ha aparecido el siguiente convoy como si tal cosa. Y todos para arriba, y todos en marcha camino hacia nuestro destino. Una cosa la mar de curiosa.
De camino al trabajo, ya fuera del subterráneo, un frío que te pasas. Menos mal que esta mañana, tras la noche toledana que he pasado, he tenido la más que brillante idea de coger mi gorrito de lana, y unos guantes. Que alguien me cuente, por favor, a dónde diablos se marchó la primavera, porque desde luego, no hay ni rastro de ella. Quizás lo de “ya es primavera en El Corte Inglés” no sea únicamente un vil reclamo publicitario, sino un secuestro en toda regla, y anden sus directivos relamiéndose de contentos ante la perspectiva de cobrarse el rescate a base de compras de nosotros, pobres ilusos, que soñamos con el sol y con tirar los abrigos.
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