Siestas playeras


La semana pasada la pasé teletrabajando desde la casa de la playa… lo que ya de por sí me parece una frase tremendamente pija con la que empezar este post. Pero es que es verdad… es un auténtico lujo poder tener la posibilidad de, 15 minutos después de cerrar la sesión del ordenador, poder encontrarme sentada a la orilla del mar.


El lujo a veces – yo diría que siempre – no necesariamente se paga con dinero.


A mí me encanta bajar a la playa por la tarde. Mucho más que al mediodía, cuando el sol está en todo lo alto y hace un calor insoportable, y la playa está llena hasta la bandera. Cuando el sol comienza a inclinarse hacia el horizonte y su luz se vuelve dorada y algo más suave, la playa se transforma en un refugio de calma. El bullicio del mediodía se ha disipado, las sombrillas se pliegan lentamente, y solo quedan los sonidos pausados del mar y alguna que otra risa lejana. Sobre todo cuando vas fuera de temporada.


El caso es que esta semana me ha ocurrido una cosa curiosa… aunque quizás curiosa no sea la palabra más adecuada. Yo no soy muy de echarme siestas, porque me pasa como en esos chistes en que las comparan con una ruleta rusa: nunca sé cómo me voy a levantar de ellas, pero casi siempre es peor que cuando me acosté. Es como si me levantara de resaca. Pero estos días, pasadas las seis y media de la tarde, con la playa medio vacía, no ha habido ni una tarde en la que no haya sucumbido a la siesta. 


Supongo que es fruto del cansancio acumulado de los últimos meses… esa sensación que te arrolla en Julio, cuando las vacaciones no acaban de llegar. Supongo también que ayuda que en esos momentos, cuando el calor ya no abruma y la brisa marina acaricia la piel con dulzura, la siesta encuentra su lugar perfecto. El cuerpo, simplemente se rinde sin resistencia. Los párpados se cierran casi sin querer, y el tiempo se diluye entre sueños ligeros y la sensación de estar flotando entre cielo y arena.


Por supuesto, no es un sueño profundo, sino una especie de limbo suave y acogedor. El cuerpo pesa como si estuviera anclado a la arena, pero la mente flota, desconectada. Escuchas las conversaciones cercanas como si vinieran desde el fondo del mar, distorsionadas, lejanas, irreales. Sabes que estás ahí, que podrías abrir los ojos y volver, pero no quieres. Estás dentro de una burbuja cálida donde todo es lento, donde no hace falta pensar ni moverse. Solo estar, sin estar del todo.

Y eso… eso es lujo del de verdad.







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