Blackout



Con el siguiente relámpago, se apagó la luz.
La oscuridad se adueñó de la casa. Pasadas las 9 en una noche fría de enero, y con las nubes robando la poca luz que pudieran dar las estrellas o la luna, el pasillo se convirtió en un largo agujero negro.
Respiró hondo, y extendió su mano derecha hacia la pared. La áspera textura del gotelé del pasillo, fría contra las puntas de sus dedos la centro ligeramente. No era miedo a la oscuridad… sólo intranquilidad. Le gustaba sentirse en control, y éste había desaparecido en el momento en que la noche de cernió sobre ella en el pasillo. 
Otra respiración. Otro paso lento. Bajo sus pies desnudos, la suave madera del suelo y las irregularidades de las tablas. La pared rugosa que acariciaba sus dedos pronto se tornó en fría suavidad, y una superficie plana. La puerta del baño. 
Siguió caminando por el pasillo, recuperando el tacto del gotelé. Tras algunos pasos, notó la madera del suelo ligeramente más caliente a través de la planta de sus pies, por donde pasaba la calefacción. Eso la permitió calcular la distancia que le quedaba… apenas 5 pasos más, hasta la habitación. A su derecha volvió a desaparecer la pared… más madera, hueco, madera. La puerta al cuarto de estar. Y por fin… el dormitorio.
Separó la mano derecha de la pared, porque sabía que si seguía arrastrándola, tiraría todas las cosas de la estantería al suelo. Con tanto cristal y la oscuridad, no era un buen plan.
Giró ligeramente a su izquierda y extendió el brazo, aunque sabía que salvo que se volviera algo más no encontraría la puerta del armario. Respiró y dio otro paso. La alfombra bajo su pie izquierdo se lo confirmó. 
Otro pequeño paso más, despacio, y notó una textura esponjosa y suave contra sus rodillas. La manta de lana. Estaba en la esquina de la cama. Inclinándose ligeramente hacia su derecha, arrastró su mano por la longitud de la cama hasta que cambió la textura de nuevo: la fría suavidad del algodón de la sábana. Sonrió ligeramente. Menos mal que había dejado la cama abierta antes de ducharse, o no hubiera sido tan fácil encontrar el pijama. Tanteó la zona, tratando de no llegar hasta donde la almohada se levantaba sobre el colchón, sabiendo que allí encontraría la camiseta y el pantalón. Encontró la primera. Dejó deslizarse la tela rizada del albornoz por su cuerpo, y maniobró con la camiseta hasta que creyó localizar el pico del cuello para ponérsela. El algodón, frío, la provocó un escalofrío que recorrió su piel por el contraste de temperatura. El pantalón le llevó algo más de tiempo… no tenia un elemento distintivo que la indicara cómo ponérselo, así que se encogió de hombros y siguió adelante. Tampoco es que importara si se ponía el pantalón del revés.

La tormenta se oía fuerte fuera, la lluvia golpeando contra la persiana, totalmente bajada. Los truenos sonando como bombas al otro lado cada cierto tiempo. Con semejante percal, y las horas que eran, prefirió dejar de lamentarse por la falta de luz y se metió en la cama. Cerró los ojos y  suspiró. Al menos así la oscuridad era decisión suya. Y se propuso dormir.


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