Empedrados. Piedras...
Mis pasos sobre el empedrado, atravesando el patio del Monasterio, son firmes. De un lado, mi tía. Del otro, mi abuela. Levanto la vista para encontrarme con las paredes estilizadas de la entrada al patio interior que da a la Basílica del Escorial. Hace años que no pisaba esas piedras… tantos, que la última vez fue cuando traje a Camilla, mi francesa de intercambio, allá por 2º o 3º de BUP. Al pasar el umbral del patio interior la temperatura baja. El sol nos espía detrás de los altos muros del patio, tras los que se esconde, tímido. Piedras herrerianas pulidas y sobrias nos rodean. De pronto me transporto a tiempos del Capitán Alatriste (la imaginación siempre juega con las fechas), y parezco escuchar el eco de unos pasos sobre el granito que no son los míos… el fru fru de pesadas telas imperiales. Un viento frío sopla y enrolla mi falda en mis piernas, devolviéndome al presente. La entrada al Monasterio no es como la esperaba. Después de tantos años me decepciona algo. Quizás sea la ...