Negociando que es gerundio...
Negociar en China es exactamente como reza este cómic. Buscando una cosa completamente diferente me topé con él, y lo creí el resumen perfecto. La única diferencia entre sus líneas y la realidad que nosotros experimentamos, es que los Insiders no necesitamos 2 meses sino 2 horas para hacernos con el expertise. Pero cada cosa a su tiempo…
El mercado de la Seda, mundialmente conocido como “el santo grial de las imitaciones” es un edificio enorme al estilo de un centro comercial que parece inofensivo al primer vistazo. Mas cuando almas inocentes en busca de bolsos y relojes se adentran en su superficie, el edificio en cuestión muda, convirtiéndose en el tenebroso monstruo de la negociación más agresiva. El mercado de la seda es uno de los únicos lugares en China donde además de inglés (“fluido” por fin, aunque sea a su manera), se chapurrea español. Bueno, Español, francés, italiano o lo que se tercie según la nacionalidad de uno. En sólo unos segundos, los dueños de los pequeños cubículos de venta son capaces de cambiar de idioma adaptándose a la perfección a las necesidades del cliente. Marketing en estado puro. Armados de calculadoras y un afán vendedor insaciable, te atacan por los pasillos ofreciéndote todo tipo de copias y artículos al sonido de “españa bonita” “mila, mila, mila” “plecio especial pala ti” y un sinfín de herramientas similares que sólo buscan atraparte en sus redes de venta.
El primer piso es para ropa. Camisas de Ralph Lauren, sudaderas de Abercrombie, corbatas de Hermès, gabardinas Burberry’s, vestidos de Max Mara… y demás imitaciones, conviven perfectamente con fruslerías chinas varias. Con tanta imitación y camiseta una se pregunta si realmente Custo tuvo tanto éxito como nos han dicho en la charla de esta mañana en su lucha contra la copia, porque sus camisetas llueven de las paredes. Paseando en busca de varios encargos para mi hermano, mis ojos captan un vestidito ideal de color gris con el que ya me veo yendo a trabajar. Lamentablemente, no sólo no acabará en mi maleta, sino que su avistamiento se convertirá en una de las experiencias más agobiantes del viaje. Gracias a Quique y a David por sacarnos de semejante aprieto a Carmen (incorporada a la aventura segundos más tarde) y a mí… aquellos chinos nos secuestraron en su puesto sin piedad alguna, convencidos como estaban de que los vestidos escogidos eran perfectos para nosotras (perfectos incluso cuando nos sentaban como sendas butifarras y no nos cabían ni con calzador) y no dejándonos salir de allí a base de agarrones y entorpecimientos del paso varios. La maniobra de distracción llevada a cabo por los chicos fue impecable. Ellos también se llevaron lo suyo; desde insultos (“tacaño” y “cara culo” fueron los más Light), pasando por empujones y bofetadas varias. Eso sí, el que no se llevó 4 camisas se llevó otras tantas corbatas y tropecientos gemelos. Sin duda alguna, Quique, Upi y Alberto fueron los grandes triunfadores, y sus hazañas son aún recordadas entre las chinitas que sufrieron sus engaños. Unos profesionales de la negociación.
En el subsuelo, el tesoro escondido, los bolsos de imitación. Nada más llegar y ver las indicaciones por plantas me dirigí directa a las fauces del monstruo. Saber buscar es encontrar el bolso perfecto. Saber negociar con paciencia infinita es conseguir el precio insólito. Armada con mi cuaderno de fotos y dibujos y un don especial para la detección de imitaciones malas (son ya muchos años admirando moda), esquivaba como una profesional las diferentes ofertas de bolsos cutres hasta dar con los puestos más apetecibles. Conseguir un bolso bueno, bueno de verdad cuesta aproximadamente hora y media. Hora y media de que te enseñen bolsos primero de plástico, luego de mezcla y por fin, de piel. Hora y media de incesantes viajes del dueño del puesto al piso franco a buscar la mercancía. Hora y media ojeando expertamente el catálogo de bolsos (parece increíble estar comprando Vuittones, Pradas y Guccis en semejante antro, señalando de un catálogo de fotocopias a color. Incluso para mí). Y por fin, lo encuentras. EL BOLSO. Tu tesoro… y vuelta a empezar la negociación, esta vez con los precios, que has de dividir al menos por 10 para ir empezando. Armada la china con la calculadora, y en ese inglés macarrónico que les caracteriza, siempre empiezan por un precio desorbitado que, según descubrí a lo largo de mi estancia allí baja un 50% sólo con la pronunciación de la frase “I’m a student, I have no money”. De ahí en adelante, pericia y paciencia, y sobre todo, no rendirse. Si ves que la cosa se estanca, no hay nada como amenazar con irse con un “Chinita, así no”, y tan pronto como llegues al pasillo te estarán persiguiendo para que vuelvas.
Pasado el mal trago de rigor del Mercado de la Seda, queda el enigma de la cena. Apenas llevamos un par de días aquí y la gente ya está harta de la comida china (pues anda que no les queda). Así que me uno al pequeño grupo de destacados que opta por ir a un “chino chino” a cenar, incluso siendo la única chica, por aquello de que a priori no tengo perspectivas de volver a China y comer comida de verdad. Después de todo… los restaurantes a los que nos llevan son más o menos cucos, y como me demostrará la experiencia a lo largo de los días, a la primera de cambio la primera opción siempre es el Pizza Hut. La elección no sólo no decepciona, sino que triunfa. Ricas viandas a un excelente precio. Aquí en el país de los ojos rasgados – es lo que tiene ser el Imperio del Sol naciente-, se come por 3º juanitos, que vienen a ser 3€. No tuvo precio escuchar a Sergio pedirnos de comer en chino, culminando su frase con “Y Chau Fan, pero sin nada más”. Después de tan larga parrafada, que nos tenía a todos mirándolo atónitos a medias con envidia, a medias con total estupefacción en el idioma local aquel “pero sin nada más”, hizo que estallaran las carcajadas de la mesa.
De camino a reunirnos con el resto del grupo, más aventuras: lo que parecía un estanco de tabacos eran en realidad un sex shop, y ver salir a Juan a medias divertido, a medias algo azorado, desde luego que no tuvo precio.
Sólo haría un viaje más al Mercado de la seda, y sería para echar un cable a los niños con el tema de los bolsos, por aquello de que me destacara como la experta local. Madre no hay más que una, y todos querían llevar a las suyas algo que mereciera la pena. Si este invierno veis a una señora elegante con un precioso bolso de Loewe color marrón chocolate modelo Amazona colgando del brazo, no lo dudéis, es madre de Insider seguro.
El mercado de la Seda, mundialmente conocido como “el santo grial de las imitaciones” es un edificio enorme al estilo de un centro comercial que parece inofensivo al primer vistazo. Mas cuando almas inocentes en busca de bolsos y relojes se adentran en su superficie, el edificio en cuestión muda, convirtiéndose en el tenebroso monstruo de la negociación más agresiva. El mercado de la seda es uno de los únicos lugares en China donde además de inglés (“fluido” por fin, aunque sea a su manera), se chapurrea español. Bueno, Español, francés, italiano o lo que se tercie según la nacionalidad de uno. En sólo unos segundos, los dueños de los pequeños cubículos de venta son capaces de cambiar de idioma adaptándose a la perfección a las necesidades del cliente. Marketing en estado puro. Armados de calculadoras y un afán vendedor insaciable, te atacan por los pasillos ofreciéndote todo tipo de copias y artículos al sonido de “españa bonita” “mila, mila, mila” “plecio especial pala ti” y un sinfín de herramientas similares que sólo buscan atraparte en sus redes de venta.
El primer piso es para ropa. Camisas de Ralph Lauren, sudaderas de Abercrombie, corbatas de Hermès, gabardinas Burberry’s, vestidos de Max Mara… y demás imitaciones, conviven perfectamente con fruslerías chinas varias. Con tanta imitación y camiseta una se pregunta si realmente Custo tuvo tanto éxito como nos han dicho en la charla de esta mañana en su lucha contra la copia, porque sus camisetas llueven de las paredes. Paseando en busca de varios encargos para mi hermano, mis ojos captan un vestidito ideal de color gris con el que ya me veo yendo a trabajar. Lamentablemente, no sólo no acabará en mi maleta, sino que su avistamiento se convertirá en una de las experiencias más agobiantes del viaje. Gracias a Quique y a David por sacarnos de semejante aprieto a Carmen (incorporada a la aventura segundos más tarde) y a mí… aquellos chinos nos secuestraron en su puesto sin piedad alguna, convencidos como estaban de que los vestidos escogidos eran perfectos para nosotras (perfectos incluso cuando nos sentaban como sendas butifarras y no nos cabían ni con calzador) y no dejándonos salir de allí a base de agarrones y entorpecimientos del paso varios. La maniobra de distracción llevada a cabo por los chicos fue impecable. Ellos también se llevaron lo suyo; desde insultos (“tacaño” y “cara culo” fueron los más Light), pasando por empujones y bofetadas varias. Eso sí, el que no se llevó 4 camisas se llevó otras tantas corbatas y tropecientos gemelos. Sin duda alguna, Quique, Upi y Alberto fueron los grandes triunfadores, y sus hazañas son aún recordadas entre las chinitas que sufrieron sus engaños. Unos profesionales de la negociación.
En el subsuelo, el tesoro escondido, los bolsos de imitación. Nada más llegar y ver las indicaciones por plantas me dirigí directa a las fauces del monstruo. Saber buscar es encontrar el bolso perfecto. Saber negociar con paciencia infinita es conseguir el precio insólito. Armada con mi cuaderno de fotos y dibujos y un don especial para la detección de imitaciones malas (son ya muchos años admirando moda), esquivaba como una profesional las diferentes ofertas de bolsos cutres hasta dar con los puestos más apetecibles. Conseguir un bolso bueno, bueno de verdad cuesta aproximadamente hora y media. Hora y media de que te enseñen bolsos primero de plástico, luego de mezcla y por fin, de piel. Hora y media de incesantes viajes del dueño del puesto al piso franco a buscar la mercancía. Hora y media ojeando expertamente el catálogo de bolsos (parece increíble estar comprando Vuittones, Pradas y Guccis en semejante antro, señalando de un catálogo de fotocopias a color. Incluso para mí). Y por fin, lo encuentras. EL BOLSO. Tu tesoro… y vuelta a empezar la negociación, esta vez con los precios, que has de dividir al menos por 10 para ir empezando. Armada la china con la calculadora, y en ese inglés macarrónico que les caracteriza, siempre empiezan por un precio desorbitado que, según descubrí a lo largo de mi estancia allí baja un 50% sólo con la pronunciación de la frase “I’m a student, I have no money”. De ahí en adelante, pericia y paciencia, y sobre todo, no rendirse. Si ves que la cosa se estanca, no hay nada como amenazar con irse con un “Chinita, así no”, y tan pronto como llegues al pasillo te estarán persiguiendo para que vuelvas.
Pasado el mal trago de rigor del Mercado de la Seda, queda el enigma de la cena. Apenas llevamos un par de días aquí y la gente ya está harta de la comida china (pues anda que no les queda). Así que me uno al pequeño grupo de destacados que opta por ir a un “chino chino” a cenar, incluso siendo la única chica, por aquello de que a priori no tengo perspectivas de volver a China y comer comida de verdad. Después de todo… los restaurantes a los que nos llevan son más o menos cucos, y como me demostrará la experiencia a lo largo de los días, a la primera de cambio la primera opción siempre es el Pizza Hut. La elección no sólo no decepciona, sino que triunfa. Ricas viandas a un excelente precio. Aquí en el país de los ojos rasgados – es lo que tiene ser el Imperio del Sol naciente-, se come por 3º juanitos, que vienen a ser 3€. No tuvo precio escuchar a Sergio pedirnos de comer en chino, culminando su frase con “Y Chau Fan, pero sin nada más”. Después de tan larga parrafada, que nos tenía a todos mirándolo atónitos a medias con envidia, a medias con total estupefacción en el idioma local aquel “pero sin nada más”, hizo que estallaran las carcajadas de la mesa.
De camino a reunirnos con el resto del grupo, más aventuras: lo que parecía un estanco de tabacos eran en realidad un sex shop, y ver salir a Juan a medias divertido, a medias algo azorado, desde luego que no tuvo precio.
Sólo haría un viaje más al Mercado de la seda, y sería para echar un cable a los niños con el tema de los bolsos, por aquello de que me destacara como la experta local. Madre no hay más que una, y todos querían llevar a las suyas algo que mereciera la pena. Si este invierno veis a una señora elegante con un precioso bolso de Loewe color marrón chocolate modelo Amazona colgando del brazo, no lo dudéis, es madre de Insider seguro.
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