En Jigsaw por los Hutong y paseo por Hou Hai
Sin posibilidades de visitar la Bell & Drum Tower por las horas (nos costará acostumbrarnos a los horarios de aquí: comer a la 1 y cenar a las 6 nunca ha sido muy español), son las 5 y ya cierran… nuestro guía nos salió con un plan alternativo que hizo las delicias de todos: un paseo en Jigsaw por los alrededores. Antes de llegar, los primeros regateos a la salida de la Ciudad Perdida por unos abanicos callejeros que son rápidamente inmortalizados por todos. No serán los últimos, pero aún no sabemos hasta qué punto nos convertiremos en expertos. A la llegada a un callejón, una decena de jigsaws nos espera con sus impacientes conductores. Repartidos en parejas, nos adentramos en la verdadera China. Es increíble el ritmo que coge nuestro conductor, pedaleando entre las callejuelas. Los Hutong son los callejones que forman el casco antiguo de Beijing, y poco tienen que ver con la ventana que ha abierto China al mundo como escaparate. Aquí, en los portales de las pequeñas y viejas casas, algunas familias siguen con sus vidas ajenas a nuestro paso. No hay agua potable y los baños son colectivos. Hay niños que juegan y mayores echando partidas de cartas. No puedo evitar preguntarme qué pensará toda esta gente de los Juegos… sobre todo teniendo en cuenta que muchos otros barrios como éste han sido destruidos desde que a China le fueron asignadas las Olimpiadas para albergar casas más altas y modernas. Sólo cuando descubrieron el potencial turístico de estos pequeños barrios el gobierno chino decidió reconstruirlos. De nuevo el contraste: comunismo frente a capitalismo. Hago fotos a todo lo que veo, ansiosa por captar esa China real que en las zonas más turísticas se escapa entre los dedos como el agua. Algunos lugareños nos saludan divertidos… debe ser todo un acontecimiento ver a lo menos 10 carritos cargados de ruidosos occidentales. De pronto una bicicleta se nos acerca para vendernos unos juegos de palillos cubiertos en sedas multicolores… así es China.
Terminado el improvisado tour (que yo he disfrutado inmensamente), nos encaminamos hacia la zona de Hou Hai… un lago en el centro de Beijing. En sus orillas familias con niños que se fotografían con nosotros y gente apagando los últimos coletazos del calor de la tarde en sus aguas. Tras descubrirnos tirándole fotos, un peluquero móvil trabajando en la calle nos increpa violentado. Tarde… entre todos ya le hemos hecho un book. Animada por quien nos acompaña, pruebo mi primer yogur chino, en tarrito de cerámica. Lo encuentro delicioso, y desde ese momento en adelante, caerá uno siempre que haya oportunidad. Será una de las cosas que eche de menos en Shanghai, aunque todavía no lo sepa. Nos espera una rica cena a las orillas del lago que todos disfrutamos, seguida de un agradable paseo por la orilla y las calles colindantes. Algunos se animan a jugar en la plaza como los locales con unos juguetes voladores con plumas de colores mientras los demás les observamos divertidos. Alzando la vista al cielo, me distraigo con la visión de una lejana cometa, que atrapa mi atención. No descanso hasta que descubro quién la maneja desde el suelo, y me puede la sorpresa… la cuerda es tan larga que no puedo ni creerlo. Siempre me han fascinado las cometas… y por un momento dudo en si acercarme al viejo que la maneja para pedirle que me deje un rato… pero el convoy se pone en marcha, y me quedo con las ganas.
Más contrastes de la mano de un Starbucks en un edificio típicamente chino que se parece a los templos de la Ciudad Prohibida. Durante un paseo en el que me descuelgo del grupo con otro par por las callecitas típicamente chinas de los alrededores, descubrimos un rinconcito de antigüedades tan antiguo como lo que vende que contrasta con las tiendas de souvenirs altamente iluminadas que abarrotan la calle. Los locales están cenando, y lo hacen sentados en cuclillas a la puerta de sus tiendas armados de boles y palillos, sin inmutarse por nuestro trasiego. Hay una tienda de productos del Tibet en la que me entretengo y un local especializado en cerillas que nos sorprende y atrae nuestra tención. Los chicos compran cajas temáticas como locos: de James Bond, con rostros de los líderes comunistas… hay una de revistas de moda que mi amigo insiste en que compre porque son muy yo. Decido no hacerlo y es una buena cosa… las cerillas se quedarán a la vuelta en la frontera, ni siquiera ofreciéndonos a guardarlas precintadas lograremos que viajen con nosotros de vuelta.
Cae la noche y la zona nos ofrece muchos bares en los que apagar la sed, pero nos decidimos por uno cutre lacado en blanco y con botellas de cerveza de todas las nacionalidades a modo de cuadros en su pared. Una estrechísima escalera de caracol nos muestra nuestro genial descubrimiento: una terraza en la azotea que acabará por abarcarnos a los 23 durante varias horas. Las vistas son increíbles. Parece mentira que finalmente esté aquí, en China. Será momento de que todos empecemos de verdad a conocernos. Rulan historias y anécdotas, y se descubren intereses e historias comunes. Resulta que David y yo hemos ido al mismo colegio, y nos separan unos meses de edad. Con otros he compartido pasillo durante años sin saberlo. Primeras dificultades con el entendimiento: pedir cócteles no es difícil, sólo hay que señalar… pero los más sibaritas… ¿Cómo explicas que quieres un ron cola a alguien que desconoce que el inglés existe? Pero al final la supervivencia puede, y todos acabamos servidos y felices. En el local, ante la repentina invasión española, la pareja que anima el cotarro con música en directo se arranca con salsa y demás variedades latinas. El éxtasis llega cuando, a petición de un grupo de nosotros que se destacó, suena “Para bailar la bamba”. De vuelta en la azotea, mirando el lago iluminado en el horizonte y los callejones con farolillos rojos a mis pies me asalta una certeza: va a ser un viaje increíble.
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Terminado el improvisado tour (que yo he disfrutado inmensamente), nos encaminamos hacia la zona de Hou Hai… un lago en el centro de Beijing. En sus orillas familias con niños que se fotografían con nosotros y gente apagando los últimos coletazos del calor de la tarde en sus aguas. Tras descubrirnos tirándole fotos, un peluquero móvil trabajando en la calle nos increpa violentado. Tarde… entre todos ya le hemos hecho un book. Animada por quien nos acompaña, pruebo mi primer yogur chino, en tarrito de cerámica. Lo encuentro delicioso, y desde ese momento en adelante, caerá uno siempre que haya oportunidad. Será una de las cosas que eche de menos en Shanghai, aunque todavía no lo sepa. Nos espera una rica cena a las orillas del lago que todos disfrutamos, seguida de un agradable paseo por la orilla y las calles colindantes. Algunos se animan a jugar en la plaza como los locales con unos juguetes voladores con plumas de colores mientras los demás les observamos divertidos. Alzando la vista al cielo, me distraigo con la visión de una lejana cometa, que atrapa mi atención. No descanso hasta que descubro quién la maneja desde el suelo, y me puede la sorpresa… la cuerda es tan larga que no puedo ni creerlo. Siempre me han fascinado las cometas… y por un momento dudo en si acercarme al viejo que la maneja para pedirle que me deje un rato… pero el convoy se pone en marcha, y me quedo con las ganas.
Más contrastes de la mano de un Starbucks en un edificio típicamente chino que se parece a los templos de la Ciudad Prohibida. Durante un paseo en el que me descuelgo del grupo con otro par por las callecitas típicamente chinas de los alrededores, descubrimos un rinconcito de antigüedades tan antiguo como lo que vende que contrasta con las tiendas de souvenirs altamente iluminadas que abarrotan la calle. Los locales están cenando, y lo hacen sentados en cuclillas a la puerta de sus tiendas armados de boles y palillos, sin inmutarse por nuestro trasiego. Hay una tienda de productos del Tibet en la que me entretengo y un local especializado en cerillas que nos sorprende y atrae nuestra tención. Los chicos compran cajas temáticas como locos: de James Bond, con rostros de los líderes comunistas… hay una de revistas de moda que mi amigo insiste en que compre porque son muy yo. Decido no hacerlo y es una buena cosa… las cerillas se quedarán a la vuelta en la frontera, ni siquiera ofreciéndonos a guardarlas precintadas lograremos que viajen con nosotros de vuelta.
Cae la noche y la zona nos ofrece muchos bares en los que apagar la sed, pero nos decidimos por uno cutre lacado en blanco y con botellas de cerveza de todas las nacionalidades a modo de cuadros en su pared. Una estrechísima escalera de caracol nos muestra nuestro genial descubrimiento: una terraza en la azotea que acabará por abarcarnos a los 23 durante varias horas. Las vistas son increíbles. Parece mentira que finalmente esté aquí, en China. Será momento de que todos empecemos de verdad a conocernos. Rulan historias y anécdotas, y se descubren intereses e historias comunes. Resulta que David y yo hemos ido al mismo colegio, y nos separan unos meses de edad. Con otros he compartido pasillo durante años sin saberlo. Primeras dificultades con el entendimiento: pedir cócteles no es difícil, sólo hay que señalar… pero los más sibaritas… ¿Cómo explicas que quieres un ron cola a alguien que desconoce que el inglés existe? Pero al final la supervivencia puede, y todos acabamos servidos y felices. En el local, ante la repentina invasión española, la pareja que anima el cotarro con música en directo se arranca con salsa y demás variedades latinas. El éxtasis llega cuando, a petición de un grupo de nosotros que se destacó, suena “Para bailar la bamba”. De vuelta en la azotea, mirando el lago iluminado en el horizonte y los callejones con farolillos rojos a mis pies me asalta una certeza: va a ser un viaje increíble.
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