Ipod, therefore I am...
Últimamente somos vilipendiados, criticados y despreciados: se nos tacha de asociales, de individualistas, de que vivimos en las nubes, de que no nos importa el prójimo ni la realidad que nos rodea. Pero ahí estamos, caminando por la calle con una sonrisa interior (y otras muchas exterior) que ríete de los que han encontrado a Buda, esperando a que el semáforo se ponga en verde, ajenos a los bramidos de los autobuses, a los improperios de los conductores, a los cláxones, a las sirenas de las ambulancias. Hablo de los afortunados poseedores de un ipod. No sé por qué no me valen los otros inventos parecidos, al menos desde que mi Brit favorito me enseñó sus virtudes… ¡ay! Ilusa de mí aquellos tiempos en los que me quejaba a mi hermano de semejante e inútil gasto.
Con un ipod , cargado de casi todas las canciones que me gustan (voy por la 542, pero es que quito y pongo canciones todo el rato) , soy capaz de caminar cinco kilómetros sin enterarme, me ahorro todas las aburridas conversaciones a gritos de los que viven pegados al móvil (¿podría alguien hacer algo para que se callen, por favor?) y no han descubierto el bendito silencio de los sms y, en general, resisto mucho mejor las esperas, los ascensores, las consultas médicas, las colas y demás obstáculos de la vida diaria. Ha dejado de importarme que en el autobús todo el mundo parezca estar esperando una desgracia inminente y que las señoras se me cuelen por doquier. Si Frank Sinatra me susurra ‘too marvelous for words’ hasta soy capaz de aventurarme a dar una vuelta en la calle, ajena a todos los que me miran.
Y algo todavía mejor: se acabaron los discos con sólo un par de temas buenos. Gracias al ipod, uno sólo tiene lo que de verdad le gusta escuchar. Resulta paradójico también que los discos dobles que cuentan una historia se disfruten mucho mejor. Un caminata a la universidad puede servir para redescubrir a Robbie Williams y que nuevo disco de Norah Jones adquiera una dimensión totalmente nueva. Un atasco con las voces de Diana Krall, Nina Simone, y la Fitzgerald se convierte en un momento de paz inusitada. Las calles sucias parecen otra cosa con Cullum alegrándome la tarde, y las cuestas no lo son tanto cuando llevo mi lista On the go. ¡¡Por dios!! Si hasta me he hecho una lista para correr en cuanto termine las prácticas…
Con un ipod , cargado de casi todas las canciones que me gustan (voy por la 542, pero es que quito y pongo canciones todo el rato) , soy capaz de caminar cinco kilómetros sin enterarme, me ahorro todas las aburridas conversaciones a gritos de los que viven pegados al móvil (¿podría alguien hacer algo para que se callen, por favor?) y no han descubierto el bendito silencio de los sms y, en general, resisto mucho mejor las esperas, los ascensores, las consultas médicas, las colas y demás obstáculos de la vida diaria. Ha dejado de importarme que en el autobús todo el mundo parezca estar esperando una desgracia inminente y que las señoras se me cuelen por doquier. Si Frank Sinatra me susurra ‘too marvelous for words’ hasta soy capaz de aventurarme a dar una vuelta en la calle, ajena a todos los que me miran.
Y algo todavía mejor: se acabaron los discos con sólo un par de temas buenos. Gracias al ipod, uno sólo tiene lo que de verdad le gusta escuchar. Resulta paradójico también que los discos dobles que cuentan una historia se disfruten mucho mejor. Un caminata a la universidad puede servir para redescubrir a Robbie Williams y que nuevo disco de Norah Jones adquiera una dimensión totalmente nueva. Un atasco con las voces de Diana Krall, Nina Simone, y la Fitzgerald se convierte en un momento de paz inusitada. Las calles sucias parecen otra cosa con Cullum alegrándome la tarde, y las cuestas no lo son tanto cuando llevo mi lista On the go. ¡¡Por dios!! Si hasta me he hecho una lista para correr en cuanto termine las prácticas…
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