La Rebelión de las Faldas

Algunos días, al levantarte, sonríes al intuir que un buen día te espera. Es en esos días en que tienes el guapo subido cuando te da por arreglarte más de lo normal para ir a clase (una falda, raya en el ojo…), y contemplas satisfecha el resultado en un normalmente cruel espejo que hoy, sin embargo, te sonríe. Segura de ti caminas hacia la universidad: la cabeza más ata, la espalda erguida, una sonrisa dibujada en tu rostro… te sientes fabulosa, y eso se nota al caminar.

Entonces, al llegar a Alberto Aguilera y empujar con más fuerza que de costumbre la puerta del 23, la realidad te golpea sin piedad, devolviéndote de tus ensoñaciones: una grácil muchachita atraviesa el pasillo despreocupada… va de trapillo y sin embargo, sobradamente más ideal que tú. ¡Oh cruel azote del destino! Al contemplarla, la desolación te embarga por completo y la desidia se apodera de tu espíritu. Es entonces cuando cierras los ojos e intentas recuperar la compostura que apenas hace un par de segundos abandonó tu persona, repitiendo para ti: Yo también soy ideal… pero a mi manera.

Otras días sucede que, en los descansos entre clases, parece de pronto hacerse el silencio en los pasillos. El tumulto de comentarios y risas se ve interrumpido por un leve, casi imperceptible aún, cloqueteo que avanza por el pasillo. No, no es el caballo de manolo Escobar (sus cascabeles lo habrían delatado), son unos recién estrenados manolos los que pisan con fuerza extrañamente sutil las baldosas del camino. Sobre ellos camina una jovencita, inmersa en una conversación de móvil que parece interminable, ajena al bullicio que crea su entrada. Sus largas y delgadas piernas envueltas en medias fantasía balancean su cuerpo entre la gente cual bocanada de aire fresco. Una microfalda-cinturón cubre el contoneo de sus caderas, donde reposa un cinturón dorado. Una camiseta blanca vertiginosamente escotada bajo una torerilla morada (es el color de moda) completan su indumentaria. La gente la mira al pasar, unos con deseo, otros con desdén (aunque los menos) otras con envidia tiñosa… sus amigas, sin embargo, se preguntan desoladas cómo es posible que se les adelantara con los complementos… collares de gordas cuentas de cristal aderezados con el toque étnico de un colgante de colmillo. Sus muñecas, cubiertas de finas pulseras de plata, tintinean al son de sus pasos. El viento mece su melena rubia ligeramente despeinada (¿cómo lo conseguirá?) mientras su CH shopping bag golpea a algún incauto que ha osado acercarse demasiado.

Mis queridos lectores, no es una leyenda urbana. Tampoco son los chismorreos que de repetidos a la saciedad, se han visto vaciados de contenidos, no. IKD is different. Prueba de ello son sus alumnas en general (yogurinas en particular), divinidades de un particular universo que al común de los mortales les está vedado… el universo de la moda. Sí, es cierto, IKD marca tendencia, si algo es inn, sin duda alguna lo verás pasear por sus pasillos.

¿Y qué ha despertado en mi persona semejante verborrea? Dos episodios curiosos para la mente poco entrenada de alguien ajeno a este universo particular. En nuestro camino a la cafetería, Belle y yo, entre los innumerables modelitos y fashionadictas ideales de la muerte, hemos quedado impactadas ante el espectáculo que caminaba ante nosotras. Una chiquilla, de no más allá de 2º lucía una microfalda con especial detalle: tan poca era la tela que sus carnes cubría (tanto por debajo, como por encima del ombligo – pues iba enseñando vientre moreno y plano) que no sólo asomaba la parte inferior de su pompas por debajo del cinturón, sino que por encima se vislumbraba la parte superior de sus medias, ésa que en condiciones normales queda a la altura de las braguitas. Para colmo de males, lucía medias oscuras, marrón chocolate para más inri… la moda es algo maravilloso.

La segunda muchacha que nos ha hecho reflexionar (y esbozar este post de camino a casa) nos la hemos topado en un cuarto de baño. Rubia, delgada y de piernas sin fin, lucía una indumentaria discreta para lo que nos tienen acostumbradas estas chicas: botas de ante altas sobre vaquero, y sudaderilla de Pachá de color rosa con cerecillas incluídas. En el tiempo en que Belle se ha logrado recolocar las mangas de la camisa bajo las de la chaqueta (que se habían allí arrebujado, caprichosas) la joven en cuestión ha tirado de extenso bolso y ha sacado un arsenal de cosmética que ni Sofía Loren, y de forma metódica y ordenada ha procedido a retocar sus lindas facciones. Primero, algo de base, en textura cremosa para mejor difusión. Después, raya en la base de las pestañas del párpado superior, seguida de retoque de rimel. Con otro lapicero ha procedido a delinear por la zona inferior su ojo, para más tarde (y con otro utensilio) perfilar sus labios. Un toque de pintalabios color natural y ya casi estaba lista. Sólo necesitaba recogerse con las manos el pelo a un lado de la cabeza para después sacudir su melena grácilmente y darle un toque de aire. Hecha un pincel (aunque con un aspecto sorprendentemente natural – como si no llevara ni gota de maquillaje encima) ha hecho morritos frente al espejo, recogido el material y, no sin antes perfumarse profusamente, ha salido del cuarto de baño dejándonos a Belle y a mí estupefactas.

Es tremendo, por mucho tiempo que pase, parece que todavía no somos capaces de imbuirnos en el espíritu de divinidad de algunas yogurinas recién llegadas, que lucen para diario galas que nosotras reservamos para ocasiones más pintadas. Algunas sabemos de nuestras limitaciones, y afrontamos el reto con gallardía y buena cara… ¿acaso nos queda otra salida?

Después de 5 años de educación en la Santa casa, una se pregunta a veces qué se lleva de ella, qué nuevos saberes enriquecen su sapiencia, qué se ha aprendido, en definitiva. Y la respuesta es: moda, señores, moda. Tan simple como esto. Puede que no sepamos cuadrar un balance, o distinguir una presunción iuris tantum de otra iuris et de iure, pero sabemos combinar.

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