#ChezAgnesWritings: La Paz de La bañera
Hace unas semanas tuve la oportunidad de pasar 3 días en el Parador de Alcalá de Henares por un viaje de trabajo. La experiencia fue buena, aunque no tuve todo el tiempo que me hubiera gustado para disfrutar de sus instalaciones. Con todo, quedé gratamente sorprendida con el edificio – una bonita mezcla entre tradición y modernidad, respetando el entorno histórico en el que se encuentra – y enamorada de mi habitación, aunque podría haber vivido sin tanta domótica y automatismos.
Pero esto no es de lo que quería hablaros hoy… sino más bien, de lo infravalorado que está el hecho de pegarse un buen baño relajante al final del día. Desde que entré por la puerta de mi habitación en el Parador, con aquella enorme bañera en piedra beige pegada al ventanal, supe que no quería marcharme de allí sin probarla… y así acabé haciendo…
El día había sido largo y agotador. Me había pasado horas en la convención de nuestra empresa, pasándolo bien, pero también sufriendo un poco (bastante) de agotamiento social que culminó en una agradable, aunque extremadamente ruidosa cena. Por la tarde habíamos tenido que hacer una gymkana por Alcalá que lejos de ser un bonito paseo, se convirtió en una odisea fría y húmeda a causa de la lluvia que nos cayó incesante durante las 2 horas que duró el juego. Así que, al llegar al Parador después de cenar, lo único que deseaba era un momento de paz y relajación, y a poder ser, sola.
Así que, decidí que un baño caliente sería la solución perfecta para aliviar el estrés acumulado de los últimos dos días, y en especial el frío que se me había colado en los huesos tras la tarde de lluvia al aire libre. Abrí los grifos hasta el tope, y eché un buen chorro de gel de baño para que levantara la espuma. Mientras escuchaba cómo el agua salpicaba en la bañera, me desvestí y lo dejé todo preparado para irme a la cama en cuanto saliera. El aroma fresco del gel llenaba el aire, envolviendo el baño en una fragancia calmante. En un principio pensé en llevarme el libro, pero tenía la mente aún cansada y más los ojos y me incliné por escoger una de mis listas de música más relajantes, aprovechando uno de los vasos de la habitación como altavoz.
Me quité la ropa y me metí en la bañera, saboreando el tacto del agua casi hirviendo sobre mi piel. Me tumbé, disfrutando del calor, la tranquilidad y la certeza de que estaba completamente sola, un lujo en sí mismo en mitad de todos los días de convención, en los que nunca dejamos de estar acompañados por alguien del trabajo.
Mientras se sumergía en el agua, el efecto sobre mi cuerpo fue instantáneo: noté cómo los músculos se me destensaban al instante y cómo me iba abordando el descanso mental y físico que tanto necesitaba. Cerré los ojos y me permití disfrutar de ese momento de calma, dejando que mi cuerpo y mi mente se relajaran por completo.
El vapor del agua comenzaba a llenar el baño, creando una neblina suave que difuminaba los contornos de la habitación. Eso, unido a mi ya de por si nublada vista a causa del cansancio provocó que me sintiera como en una nube etérea. A ratos estirada en la bañera, a ratos encogida sobre mí misma, observaba como única distracción cómo las gotas de agua se acumulaban en el espejo, formando pequeños riachuelos que descendían lentamente.
El sonido de las gotas desprendiéndose del grifo y el suave murmullo del agua en la bañera al moverme mientras la música sonaba suave de fondo, me hacían sentirme como si me encontrase en mi pequeña burbuja alejada del mundo… tanto es así, que para cuando quise darme cuenta, había pasado más de una hora.
Por fin algo más descansada, pero definitivamente más relajada, me puse de pie y mientras veía cómo el agua se deslizaba por mi piel al suelo calefactado del baño (otro placer en sí mismo), me sentí un poco más yo, o al menos, lo suficiente para dar por terminado el día con una sonrisa.
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