Madmoiselle Coco. Coco Chanel

El domingo, tras un fin de semana de descanso, babysitting y negociación con Indi, fui con mi BFF a ver la nueva peli de Tatou, “Coco, de la rebeldía a la Leyenda de Chanel”. Una película sencilla, sin pretensiones, y muy elegante.

Aviso a navegantes, antes de nada: el que vaya a verla esperando ver perlas, y glamour… que no se engañe, pues será decepcionado. Glamour encontrará, pero poco y desde luego no en la protagonista. Hay plumas, sombreros, tocados… elegancia de la campiña inglesa, pero apenas 5 minutos de esa estética típicamente Chanel que conocemos (y adoramos). Así pues, nos queda una historia algo lenta, pero exquisitamente ambientada, preciosa para el que sepa mirar más allá de la historia y el mito, del que, como ya digo, apenas sí se roza en los últimos instantes de la película.

Coco cuenta la historia antes del diseño. Los comienzos difíciles de esta gran dama de Francia que lo fue, pero tarde en su vida. A través de esta película conoceremos la infancia y juventud de Coco como cabaretera y modistilla que se convirtió en presencia perenne pero ajena al mismo tiempo de la alta sociedad francesa, de la que se alimentaba abiertamente y con un desdén que rozaba la insolencia.

Para mí, lo mejor, la escena final. Rompo filas para el que no quiera leerlo, para el que aquí termina mi resumen.

Para ojos más curiosos, desvelo el final, punto culminante del largometraje, pero para mi gusto, como ya digo. Una escena brillante por su sencilla complejidad y belleza:

Cuando apenas quedan unos minutos para que nos despidan, y tras un paso rápido por unos talleres de costura que evolución sin darnos casi cuenta, de pronto, entre una escalera curva forrada de estrechos espejos, vemos aparecer a las modelos ataviadas con los tules, las perlas, los blancos y negros… el tweed esencia de la Maison. Se contiene la respiración, aunque la cámara apenas las sigue. En su lugar, se fija en una sobria mujer que baja la escalera sobria y en silencio, y su reflejo multiplicado en los espejos. Es Madmoiselle Coco, en un fabuloso traje de chaqueta típico, collar de perlas y pelo corto y ondulado, los labios rojos. Transcurre el desfile (vemos a las modelos reflejadas a su espalda), y ella acaba sentada en las claras escaleras, la mirada perdida. Parece una extraña, una invitada inoportuna e inesperada. Coco parece ajena a lo que sucede a su alrededor y, sólo tras unos largos momentos de aplausos, sonríe. Dudo que sea consciente de su éxito.

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