Columpios...

Son las 4 de la mañana cuando atisbo entre las sombras el columpio. Su figura me atrae sin remedio, animada por la maravillosa sensación de vacío que da esa copa de más. Cobijada por la noche oscura, mis pies se elevan. Mi pelo se mece con el vaivén y la brisa. Siento que puedo tocar el cielo. Sonrío, cómplice. Mis batidas despiertan recuerdos que parecen lejanos sin serlo: imágenes de una noche pekinesa que bailan frente a mis ojos. Siento de nuevo cómo me empujas. Libertad procedente de la levedad del espíritu alcoholizado. El ir. El venir. De nuevo empujas mi asiento. Un flash, una idea loca. Tomo aire… y salto a medio vuelo. Risas.

De pronto la fantasía se acaba. Ya no estoy en la terraza de madera de aquel bar de Pekín de madrugada. Estoy aquí de pie, una noche cualquiera de agosto en Marbella. Noche de eclipse lunar. De nuevo, una sonrisa cómplice. También nostalgia. ¿Dónde estarás hoy mi cazador de sueños, mi pintor de batallas?
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