Cuando las compras se vuelven en tu contra

¡Menuda mañana he tenido! Después de levantarme bastante tarde (y eso que me acosté relativamente pronto) desayuné y decidí irme a cambiar mi faldita, la que había comprado ayer, que como ya os dije estaba mal cosida la cremallera y me hacía una especie de cuerno. ¡Bendita la hora! Yo que pensé que en 1 horilla a lo sumo lo tendría todo arreglado… ¡ilusa de mí!
Me tocó visitar 3 Zaras distintos: en el de Conde de Peñalver no estaba la talla que yo quería, en el de Goya con Velázquez la falda n’existe pas, y por fin, en el de Narváez ¡milagro! Un único ejemplar de la falda en mi talla. Tuve que esquivar a una pretenciosa mujer que pretendía cogerla, pero yo llegué más rápido. Después de mi intensa búsqueda por toda la zona al coger la percha no pude evitar sonreír para mí, hasta que me volví y vi: primero, la cola de los probadores (cuya extensa longitud me hizo descartar automáticamente el probarme la falda) y segundo, la cola para pagar, de cuya longitud, por desgracia, no pude zafarme. 25 minutos estuve allí de pie, asándome (pues la calefacción estaba a todo trapo) soportando a la pesada de la señora de detrás (que no hacía más que quejarse de las pocas señoritas que había en la caja, de que la gente pagara con tarjeta y, en definitiva, de todo menos de ella misma) y las distintas artimañas que tiene la gente para colarse. En este caso un grupo de chicas habían destacado a una de las amigas cual alce veloz en la cola, para poco a poco irse uniendo a ella hasta un total de 5 personas, todas ellas con un mínimo de 4 prendas de ropa.
Mi cabreo era tal, que cuando la PPerra me llamó al móvil poco más o menos que me faltó gritarla a la pobre, así pues, una vez hube terminado el suplicio volví a llamarla para no parecer una mala persona…
Por la tarde no haré gran cosa: peli+siesta, peli sin siesta, duchita temprana y a la calle, que también hoy tengo botellón.
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